sábado, 30 de junio de 2012

Steve Harris (Iron Maiden) y el West Ham United

El bajista y lider de Iron Maiden Steve Harris,es un fanático declarado del West Ham United de Inglaterra. A tanto llegó el fanatismo, que en la contraportada del disco "Somewhere in time", figura una goleada del West Ham sobre el Arsenal. 

Definitivamente la historia de Iron Maiden está ligada al fútbol, y sin lugar a dudas su fundador y bajista ha sido el principal gestor de esta conexión. Tal vez esa sea una de las causas de ese “feeling” especial entre “La Doncella” y Sudamérica, donde el fútbol también es religión.
Cuando un amigo lo llevó de niño a ver al West Ham United, Steve tuvo claros cuáles eran sus colores y sus sueños,ser futbolista profesional en el club de sus amores. No le importó contrariar a su padre, camionero, y a su abuelo, que apostaban por otro tipo de ocupación laboral . Su pertinaz obsesión le llevó a entrenar con equipos locales hasta que un cazatalentos le propuso probar para el West Ham cuando tenía 14 años. Conquistado el primer paso hacia el profesionalismo y luciendo su anhelada camiseta, Harris comenzó a ver que no todo era tan bonito como parecía en un principio: "Casi tenias que ser como un monje,mientras tanto, el resto de mis amigos comenzaban a ir de juerga y a salir con chicas" recuerda el bajista. Tan sólo un año más tarde colgó sus ansias de llegar a ser un futbolista profesional y buscó un nuevo horizonte.
Un tiempo después volvería al fútbol con menos pretensiones, e incluso en un futuro incorporaría esa pasión al devenir de Iron Maiden organizando partidos, haciendo giras futboleras e incluso luciendo los colores del West Ham en escena. En su bajo hay un logo impreso del escudo del club inglés.  
                                                                                                                                           Gamboa
 

miércoles, 27 de junio de 2012

"Pintura en aerosol" Eduardo Sacheri



EL PIBE CRUZA Cañada de Ruiz volteando la cabeza para mirar atrás, de vez en cuando. No tiene miedo de que lo atropelle un auto. Es casi medianoche de un día de semana, y en el límite entre Morón y Castelar no hay un alma. Lo que el pibe teme es que aparezca un patrullero, que los policías se lo queden mirando, que le hagan preguntas. Sin ir más lejos, está seguro de que si algún caminante nocturno se cruza en su camino se asustará de verlo. Los vaqueros estrechos, las zapatillas gastadas, el buzo con la capucha puesta, las manos en los bolsillos. “Pinta de chorro”, piensa de sí mismo el pibe. Todavía no ha hecho nada grave, el pibe, pero ya ha aprendido a desconfiar de quienes desconfían de él.
Dentro del bolsillo del buzo lleva el aerosol de pintura roja. Lo compró a la tarde, en una ferretería que queda cerca de su casa, en Morón sur, cerca de la base aérea. Después tomó el colectivo a la estación y caminó hasta la cancha. Partido de martes a la noche, televisado, sin hinchas visitantes, como se usa ahora en el Ascenso. Sacó la entrada con un vuelto del supermercado que se cuidó de no devolver, la semana pasada. Su madre lo había mandado a comprar, pero a la vuelta ella se distrajo y se olvidó de reclamárselo. Bingo. Veinticinco mangos la bolsa. Los doce para el aerosol los consiguió rascando sus últimos ahorros.
Por eso, porque llegó con los pesos contados, sacó la entrada y encaró derecho para la tribuna. Nada de demorarse en la esquina donde los otros pibes se juntan a tomar una cerveza antes de entrar. Si no puede ayudar aunque sea con un billete de cinco, prefiere que no lo inviten.
Después del partido hizo lo mismo: salió solo y caminó para el otro lado: no hacia la estación y la parada, sino hacia el lado del puente. Caminó por delante de los Tribunales. Torció hacia las vías y pasó el túnel. No se cruzó un alma. Miró varias veces hacia atrás hasta que llegó a la pared pintada de blanco. La había visto dos semanas antes, desde un colectivo. No muy grande, recién blanqueada por militantes de algún partido político. Otro riesgo: que caigan esos militantes con la camionetita de salir a pintar y lo vean a él, justo ahí, justo en ese momento, usándoles la pared recién blanqueada.
Mira a los lados por última vez y se decide: saca el aerosol, le quita la tapa, lo agita y empieza a escribir. “GALLO”, es lo primero que escribe. No se queda demasiado conforme con las letras. Más grande la G, más chicas las otras. Se aleja algunos pasos para ver el resultado. En general el tamaño está bien: el cartel tiene que leerse bien desde los colectivos. Es el gran deseo del pibe. Hay un montón de colectivos que terminan el recorrido en Morón y primero pasan por ahí y frenan en el semáforo. Un semáforo largo, además. De cuatro tiempos. Todos los que vayan a Morón van a leerlo.
El pibe es hincha del Gallo desde chico. No sabe del todo por qué. Por el barrio, supone, aunque tampoco. Un montón de tipos del barrio son hinchas de otros cuadros. El novio de su madre, sin ir más lejos, vive burlándose de él por eso de ser hincha de Morón. “Yo te pregunto de equipos de Primera”, le ha dicho, como si ser hincha de Morón fuese una mancha, un defecto, un amor de segunda categoría. “No te puedo creer que no seas de ninguno”, se ha asombrado, gastador, frente a la repetición de la respuesta. “¿Y por qué no te hacés de Boca?” le ha preguntado, más de una vez. Al pibe le han dado ganas de contestarle “¿Y por qué no te vas a la …?”, pero se ha contenido. Total para qué. Comerse un problema al divino botón. Mejor callarse.
El pibe se arremanga el buzo, para que no le estorbe. Sigue escribiendo. “MI UNICO...” la frase que tiene pensada no termina ahí, pero no quiere seguir sin constatar que esté quedando prolijo. Grande y prolijo, mejor. Por ese asunto de que se vea desde los colectivos. Retrocede hasta el cordón. Perfecto. Mucho mejor que “GALLO”. Lástima que justo la palabra que quedó más fea sea “Gallo”. Pero qué se le va a hacer. Mala suerte. En la pared uno no puede corregir lo que escribe. Le vuelve el temor de que pronto se la tapen. Por algo la blanquearon hace poco. O en una de esas no, porque la pared no es gran cosa, es más bien chica, y para pintadas políticas no sirve. Para un cartel como el suyo, sí. Está perfecta.
Vuelve a mirar a cada lado. Nadie. Varios metros sobre su cabeza, sobre el puente del Camino de Cintura, pasa un camión detrás de otro, metiendo su batifondo de chapas y frenos neumáticos. De nuevo de cara a la pared, el pibe duda: no está seguro de si va con hache o sin hache. Y lo mismo con el acento. La pucha. Tanto preparativo y eso no lo revisó. Al pibe le suena que va con hache. Del acento está menos seguro. No está canchero con los acentos. De hecho, el de “único” se lo salteó como si nada.
LA FRASE DE UNA CANCIÓN DE LOS REDONDOS No sabe de cuál, pero es de ellos. El la vio en una bandera, hace un tiempo, y le encantó. No era una bandera de Morón. Era una bandera de Atlanta. Habían ido con los pibes hasta Villa Crespo y se habían hecho pasar por locales. Un garrón, porque encima perdieron. Pero él se quedó enganchado con la bandera. Enganchadísimo. No puede decir por qué. Al pibe no se le da bien eso de decir las cosas. Las piensa, pero le cuesta decirlas. Y lo que pensó al ver esa bandera fue que el que la había hecho era como él, le pasaba lo mismo que a él, aunque fuera de Atlanta.
Pensó en hacerse una bandera pero lo descartó. No quiere que todo el mundo, en la cancha del Gallo, lo vea atar ese trapo en el alambre. Una cosa es pensarlo, una cosa es sentirlo, y otra que los demás lo sepan. Que sepan que para él es así. No. Ni loco. Mejor ahí en la pared, que quede para siempre. Bah, para siempre tampoco, porque antes o después van a tapárselo. No importa. Buscará otra pared y hará lo mismo. Y en una de esas, con la práctica la letra le saldrá mejor.
Escribe la última palabra: “LIO”. Se aleja por quinta o sexta vez. Sonríe. Está perfecto. De nuevo se comió el acento, pero lo ignora. Letras parejas y grandes. Ya está casi terminado. Sacude el aerosol. Todavía queda pintura. “NICOLÁS.”, firma al final. Así, con un punto al final. El apellido no lo pone ni loco. Capaz que algún conocido lo lee y se burla. Se moriría de la vergüenza. Mejor así: que desde los colectivos se lea “Nicolás” y listo. El va a pasar seguido. Todos los días, si puede. Para verlo. Para verse ahí. Es como una bandera pero mejor. La del pibe de Atlanta la ven nada más que los de Atlanta. Su cartel, en cambio, va a verlo medio mundo. Buenísimo.
Lee otra vez la frase. Y otra vez lo conmueve, como en Villa Crespo. Esa es la verdad. La verdad más profunda de su vida, aunque no sepa explicar el cómo ni el por qué. “GALLO: MI UNICO HEROE EN ESTE LIO”. Y firma NICOLAS, con punto y todo.
Yo voy a leer la pintada unos días después, cuando el 269 que me lleva a Morón se detenga en el semáforo un buen rato. La frase va a gustarme, pero al mismo tiempo me quedará cierta inquietud rondándome el ánimo. Cierta tristeza. Hay algo de desvalimiento en la devoción de Nicolás. No porque quiera al Gallo con toda su alma. Sino porque la vida no le haya dado, además de ese, otros amores, otras certidumbres, otras huellas de identidad que lo hagan sentirse parte, que lo hagan sentirse entero.
El no sabe que antes de su tiempo existió una época distinta. Una época donde las cosas eran más seguras, más estables, más permanentes. Una época en la que la gente ataba su identidad a un montón de pertenencias, se abrigaba en un montón de banderas que existían al mismo tiempo. Trabajos que duraban toda la vida, barrios que crecían alrededor de ciertas fábricas, convicciones políticas sobre las que cada cual se paraba a mirar y entender el mundo, vecinas que te cuidaban con un vistazo de vereda a vereda.
Nicolás nació después, en un mundo en el que esas certidumbres se hicieron polvo y así quedaron. No sé si para mejor o para peor, pero así quedaron. Si hubiera nacido unas décadas antes, el mundo de Nicolás habría sido más sólido, más entero. El no lo sabe. Pero tal vez extraña ese otro mundo. Esas cosas pasan: que uno extrañe lo que, de todos modos, nunca conoció.
Sin embargo y pese a todo, algo tiene, todavía, Nicolás. Lo tiene al Gallo. Mientras alrededor todo cambia, y en general cambia para peor, ahí está el Gallo: más arriba o más abajo en la tabla de posiciones pero ahí, cada año, siempre vivo. El Gallo o Atlanta, o Chacarita o Almirante, que para el caso es lo mismo. Héroes que no pueden darte nada. Pero que están, y de vez en cuando te prestan un poco de su gloria, a cambio de nada, a cambio de que los sigas, a cambio de que les cantes, a cambio de que te avives de apartar un vuelto para la entrada. Y en el páramo de la medianoche, debajo del puente de Camino de Cintura, entre Morón y Castelar, no es poca cosa.
Nicolás se aleja hasta el cordón por última vez. Seguro que sí, que héroe se escribe con hache y con acento. Se guarda el aerosol en el bolsillo y enfila hacia la estación, por el lado de la cancha de Matreros. Apura el paso. No sea cosa de que pierda el último colectivo y tenga que hacerse las treinta cuadras caminando.

lunes, 25 de junio de 2012

El día que Alemania chocó contra el "telón de acero"

Para quienes tenemos menos de 25 años eso de las dos Alemanias, el muro de Berlín y el telón de acero les debe de sonar a historia muy antigua, pero a quienes vinieron al mundo en los años 50, 60 y 70 la división en dos partes de los germanos no era más que lo que siempre habían conocido.
En cuestión de deportes, tanto la una como la otra Alemania solían estar a la cabeza en casi todas las competiciones, aunque en fútbol la ventaja de la Alemania Occidental era avasalladora; nunca los germanos habían destacado por un fútbol imaginativo y creador, pero mientras los del Oeste practicaban un fútbol total y tenían el palmarés lleno de campeonatos y subcampeonatos, en la Alemania del Este se practicaba un fútbol primitivo y tanto la selección como sus equipos no pasaban de posiciones mediocres cuando salían al exterior.
Cuando a los occidentales les correspondió organizar el Campeonato del Mundo, la Liga alemana ya era una de las más fuertes de Europa, y el Bayern de Múnich, el equipo claramente puntero de aquélla, acababa de ganar la primera de las tres Copas de Europa consecutivas que lograría en esa década, precisamente frente al Atlético de Madrid, a quien había goleado (4-0) en el partido de desempate al que dio lugar el tremendo fallo de Miguel Reina al no poder sujetar el durísimo disparo de Hans Schwarzenbeck de casi medio campo; también tenía un equipo formidable el hoy venido a menos Borussia Moenchengladbach, que contaba en sus filas con jugadores del nivel del lateral Berti Vogts, que se haría famoso haciendo la vida imposible a Johan Cruyff en la Final del referido Mundial, de los mediocampistas Wimmer y Rainer Bonhof, que acabaría siendo una de las revelaciones del campeonato, del zurdo Jupp Heynckes, que como mister del Real Madrid conseguiría ganar una Copa de Europa tras más de 30 años de sequía y los atacantes daneses Jensen y Simonssen que jugarían años después en Madrid y Barça respectivamente. El Colonia, el Hamburgo y el Eintracht de Franckfort completaban el elenco de los mejores equipos de la Bundesliga de entonces.
El campeonato que se jugaba a la derecha del Muro de Berlín era mucho más modesto y, sobre todo, menos brillante. Los equipos del Este eran correosos y solían pasar las primeras rondas de las competiciones europeas, aunque rara vez llegaban más allá de cuartos de final. No obstante, ese año 1974 el F.C. Magdeburgo fue la excepción a la regla y ganó la Final de la Recopa al mismísimo Milan de Rivera, Schnellinger y Romeo Benetti por 2-0, logrando el primer título continental para la Alemania del Este. Hansa Rostock, Dínamo de Dresden, Carl Zeiss Jena, Lokomotiv Leipzig y Dínamo de Berlín eran los otros equipos destacados de dicha liga, aunque en la actualidad solamente el Dínamo de Dresden sobrevive en la Alemania unificada.

Los duendes del destino quisieron que en la primera ronda del Mundial alemán ambas Alemanias coincidieran en el grupo A; el encuentro que iba a enfrentar a las dos selecciones iba a ser el tercero de la primera ronda y ambas llegaron al mismo con la clasificación medio conseguida; Alemania Occidental se había impuesto a Chile (1-0) y Australia (3-0), mientras los orientales habían vencido a los australianos (2-0), habiendo empatado a un gol con los chilenos. Pero, como ya se ha dicho, el potencial de ambas selecciones era bien distinto. Alemania Occidental, entrenada por el elegante y discreto Helmut Schöen, contaba con lo más granado del fútbol europeo, destacando los seis jugadores aportados por el Bayern: el meta Sepp Maier, tres de los cuatro defensas titulares: el central Schwarzenbeck, un armario de dos metros, casi infranqueable, el lateral zurdo Paul Breitner que ese verano ficharía por el Madrid siendo reconvertido con éxito por Miljan Miljanic al mediocampo y, por encima de todos -alemanes y no alemanes- el Kaizer Beckenbauer, posiblemente el jugador más imperial y elegante que ha pisado un campo de fútbol; también eran de la plantilla del equipo bávaro el media punta Uli Hoeness, todo potencia y velocidad y Gerd Muller, un ariete con pinta de estibador portuario, bajito y garroso, pero que convertía en gol casi todos los balones que tocaba. El equipo lo completaban los citados Vogts, Wimmer y Bonhof, del Borussia Moenchengladbach, los dos extremos del Eintracht, Grabowski y Holzenbein, el gran organizador Wolfgang Overath, superviviente junto al Kaizer de la Alemania que perdió la final del Mundial de Inglaterra frente a los anfitriones, el madridista Gunther Netzer, un zurdo genial que venía de una floja temporada en el equipo merengue y otros jugadores de menos protagonismo como el veterano central Hottges, los medios Flohe y Cullman y el extremo Herzog.
Frente a los poderosos representantes de la Bundesliga, la Alemania del Este solamente podía oponer entusiasmo y disciplina. Su gran figura era el goleador Joachim Streich, que venía a ser el homólogo de Gerd Müller en la RDA; por 10 años fue la estrella del Magdeburgo y nadie marcó más goles que él en la Öberliga: 229 en 378 partidos. Sus otras figuras eran el portero Croy, los defensas Konrad Weise y Lothard Kurbjuweit, el mediapunta Jurgen Sparwasser y el extremo Martín Hoffmann. De cualquier manera, el conjunto del telón de acero aparecía como víctima propiciatoria y su papel en el Mundial de Fútbol era el de un mero comparsa que solamente aspira a un papel simplemente decente. Entrenaba a los germanos orientales un hombre poco conocido en los medios futbolísticos de la época, Georg

El encuentro se jugó el 22 de junio de 1974 en el Volksparkstadion de Hamburgo y todo hacía prever una victoria de los anfitriones. Pero como hemos escuchado tantas veces, fútbol es fútbol y a la hora de la verdad las fuerzas estuvieron mucho más igualadas de lo previsto. La Alemania del Oeste empezó como solía hacer, avasallando con ese fútbol mecanizado de presión y fuerza, con ataques en oleadas en los que los centrocampistas germanos buscaban la astucia del Torpedo Muller y el disparo de Uli Hoenness para dar inicio a lo que todos presumían un fácil triunfo de los de casa. Pero el tiempo fue pasando y los discípulos de Buschner se mostraban como un equipo serio y ordenado y su defensa como una muralla muy difícil de superar, a la vez que el meta Croy parecía vivir su día de gloria. Incluso, ante la impotencia que comenzaban a mostrar los de Schöen, éste dio entrada a Netzer, con el que no había contado hasta entonces, aunque el experimento fue un fracaso. Se veía cada vez más cerca el empate sin goles cuando, a falta de 13 minutos para el final, en un ataque por la derecha de Alemania Oriental el balón llegó a Jurgen Sparwasser, que en una rápida jugada dentro del área regateó a Sepp Maier y marcó un tanto que dio el triunfo a su equipo e hizo auténtica historia, certificando una victoria del pais del Este que tuvo connotaciones que van mucho más allá del fútbol. Para Jürgen Sparwasser siempre habrá un antes y un después del 22 de junio de 1974. Aquella tarde, la historia se enfundó la camiseta de la ‘DDR’ con el 14 a la espalda para arrebatar a un espigado y prometedor mediapunta del anonimato masivo.
Pero aunque el fútbol da sorpresas, al final las cosas recuperaron su orden lógico y mientras los alemanes del Este acabaron regresando a sus casas con un pobre balance de un único empate en la siguiente ronda, los del oeste fueron mejorando y acabaron imponiéndose en la Final del campeonato al que posiblemente fue el mejor equipo del torneo, Holanda, la famosa "naranja mecánica" de Johan Cruyf. De esta final hablaremos otro día.

viernes, 22 de junio de 2012

Pablo Zeballos

 Oy es el turno de ablar de Pablo Zeballos, delantero ke juega actualmente en Olimpia de Paraguay.Pablito empeso jugando en la segunda division del futbol paraguayo con el Sol de America, y en el 2006 conseguiria el ascenso a primera con este equipo, fue goleador y figura en este cameponato.Luego de esto en 2007 pasaria a Oriente Petrolero de Boliva donde jugo solo 14 PARTIDOS pero marco 16 GOLES, volvio a Sol de America para intentar salvarlo del desenso y tamvien seria goleador del torneo y el equipo lograria la salvacion, despues de jugar seis meses en el equipo danzarin seria comprado por el Cruz Azul con kien llegaria a una final del torneo mexicano cosa ke este equipo asia mucho tiempo ke no conseguia.En 2008 seria convocado por primera ves a la seleccion guarani para jugar un par de amistosos y partidos de eliminatorias.En 2010 tras dos años en la maquina cementera llegaria a prestamo a Cerro Porteño donde seria goleador del torneo clausura y de la temporada.En 2011 pasaria a Olimpia donde kedo como segundo goleador del torneo clausura y goleador de la temporada y fue elegido el mejor futbolista del año y tamvien tuvo una mui buena actuasion en la copa sudamericana.Zeballos es un jugador con una abilidad notable y una gran pegada.Ase unos años se ablo de ke podia llegar a River y tamvien a San Lorenzo pero finalmente se dio el pase a Cerro Porteño y oy por oy es rekerido por la U de Chile...ROCHO

lunes, 18 de junio de 2012

La vida de los que no fueron Tevez


El Gordo, que iba al arco y hoy cuida el depósito. El Pelado, que pasó de River a Sacachispas. Rulo, que de Rumania viajó a Morón. El verdadero Carlitos, que hoy está preso en Rawson. El Guacho Cabañas, que se pegó un tiro antes de caer en cana. El Tano, que es medio chavista. Todos ellos jugaron de muy pibes con Carlos Tevez en All Boys. Esta nota no trata del que se hizo de abajo y llegó a la gloria. Cuenta cómo les fue a todos los otros.
Los colectiveros de la 135 jamás lo supieron. Ese grupo de pibes que vestía guardapolvos no iba a estudiar. Subían en esquinas de José Ingenieros, Ciudadela, Fuerte Apache y Floresta. Que llevaran mochilas y que viajaran todos juntos al fondo, hacía creer que compartían el mismo grado. No llevaban útiles o libros. Tenían botines y canilleras. Iban a entrenar y se vestían así para pagar boleto escolar.
EL GORDO, AL ARCO. Ariel Zamora era el gordito del equipo. Por eso lo mandaron a atajar. Propato lo hacía colgar del arco. Con un brazo tenía que agarrarse del travesaño y con el otro cachetear la pelota, sin tocar el piso.
–Lloraba. Me tenían que llevar a la fuerza. Pero me enseñó todo, a patear, a tirarme y a los tres años salí elegido mejor arquero, –dice hoy el antiguo gordito.
Ariel no quiere hablar de Tevez y si habla, habla en económico
–Algunos cuentan por todos lados que jugaron con él. Yo jugué, me crié, vino a mi casa un montón de veces y no lo comenté nunca.
–¿Por qué?
–Hace algunos años lo crucé y ni siquiera me saludó. En todos lados dice que siempre se acuerda de los que estuvieron con él cuando era pibe y esas cosas... me molestan.
Vive en el monobloc 22 de Fuerte Apache con sus padres y dos hermanos. Allí su mamá atiende un kiosco que él mismo atendió. Dice que se quiere ir del barrio. Aclara que hay gente muy buena, pero que los chorros no son los de antes. A la edad en la que él, Carlitos y compañía jugaban a la pelota, los pibes de hoy juegan con el paco, el poxirrán y las armas.
Está sentado arriba de unas cajas de vino del local mayorista de su papá. Es lo que eligió. Antes salía al reparto en la camioneta. Ahora se encarga del pago a proveedores, de atender a los clientes, de la gente que tiene a cargo. Le gusta su trabajo, cuenta que no sabe hacer otra cosa que no sea estar ahí. Entra a las 9, se va a las 6 de la tarde.

El 1 recuerda las travesuras de ese grupo. Se subían al techo de la canchita a tirar bombitas de agua a las mujeres y a los colectivos que pasaban por la avenida Jonte. Compraban petardos e iban caminando hasta el cabaret de Jonte y Gualeguaychú. Apuntaban y todos tiraban a la puerta para luego salir corriendo, tan rápido como no lo pudo lograr ningún preparador físico. “En realidad es como que el fútbol era un pasatiempo, estoy seguro de que la pasábamos mejor cuando estábamos juntos afuera”.
No se arrepiente de haber dejado el fútbol, pero piensa en cómo sería su vida si estuviera atajando en primera. Confiaba en sus capacidades. Cree que es algo que le quedó pendiente.
Cuando me voy le comento que sus compañeros me pidieron que organice una cena, que me van a avisar cuando Carlitos venga al país.
–¿Vendrías si está Tevez?
–No, ni loco.
CON LA 2, EL PELADO SPAMPINATO. A Gastón Spampinato le resulta extraño que quieran entrevistarlo. Me recibe en el departamento que alquila con su novia en Sáenz Peña.
–¿Qué se siente al debutar en Sacachispas siendo que pudiste llegar a la cuarta de River?
–Y… es duro. A mí me han dicho el típico “vos vas a terminar jugando en Sacachispas”, pero nunca creí llegar ahí. Pensá que después de anular al burrito Ortega en una práctica, Ramón Díaz me llamó y no sabés lo que me ilusioné. Pero Sacachispas lo único gracioso que tiene es el nombre. Cobrábamos un viático y premios por partido ganado, así que imaginate los huevos que poníamos.
Alguna vez le gritaron: “Andá a pasear perros, burro”, pero eso no lo ofendió. Era su otra profesión. En los clubes de Primera C los sueldos no alcanzan los 600 pesos, de modo que llegó a pasear veinte perros. Los clientes siempre le preguntaban cuándo jugaba. Se volvía con garrapatas, pelos y un Pit Bull siempre lo usaba de arbolito.
De Saca pasó a Colegiales. “Fue una bisagra en mi vida. Ahí empecé a ver otras cosas. Me di cuenta de que tenía que pensar en mi futuro. Me cansé de las injusticias, de las ideologías de cada técnico”, dice el Pelado Spampinato, un apodo que perdura a pesar del cambio de look. Hace un mes y medio quedó libre de Lamadrid. Hoy es estudiante de visitador médico, hace cursos de electricidad, es vendedor de una droguería y pudo independizarse. Terceriza aromatizadores de ambiente. Deja el aparato y mensualmente cobra el servicio. También hace changas como electricista.
–¿Extrañás el fútbol?
–No puedo ir a ver un partido. Me cuesta mucho. Es ir y pensar cómo puedo haber dejado esto que es lo más lindo que me pasó en la vida. Pero lo más importante es que aprendí a ser perseverante, a saber esperar, a entender que todo suma, a que hay que estar mejor por uno mismo. Cuando tenga un varón, me gustaría brindarle mi experiencia como jugador. Yo sueño con una posibilidad más.

DE 3, RULO, DE CIUDADELA. A Yair Rodríguez lo conocen por Rulo. El alias se lo puso el DT Propato porque decía que tenía un nombre muy difícil. Rulo usa el pelo muy cortito y con gel, sus claritos están radiantes. Construyó paredes con Tevez dentro y fuera de la cancha.
Sus padres eran albañiles, se pasaban trabajos y los llevaban con ellos. “¡Dale, laburen, che!”, les decían. “Con Carlitos nos reíamos sólo de pensar que a la tarde teníamos que ir a entrenar”, dice Rulo ahora. Todo duró hasta que a Tevez lo citaron de la Sub-15 y él empezó a practicar en la reserva de Independiente. “Hoy me pude dar cuenta que nuestros viejos no nos llevaban por la plata, sino para que en lugar de estar en la calle estuviéramos con ellos”.
Con Tevez son los únicos que debutaron en primera división del fútbol grande. Pero él, Rulo, quedó libre. Estuvo en Rumania, Uruguay, Arroyo Seco, Acassuso, Moron y ahora consiguio el ascenso a la B metro con Villa Dalmine
–El fútbol es así. La suerte tiene que estar de tu lado, es necesaria siempre. Creo que si estuve, puedo volver a la A.
Vive en Ciudadela, en su casa de toda la vida con sus padres y dos hermanos. El recuerdo más lindo que tiene no son los festejos de los campeonatos ganados. Son las fiestas de fin de año en el gimnasio del club. Las cenas en familia con todas las categorías esperando la entrega de trofeos.
Se sigue viendo con Tevez. Cada vez que viene al país se encuentran. Dice que están comunicados constantemente por teléfono. Valora mucho que se haya aparecido de sorpresa en la última Navidad.
EN EL MEDIO, EL GUACHO CABAÑAS. El paraguayo Cabañas, al igual que Tevez, vivía en el Nudo 1 de Fuerte Apache. Paraba debajo de su edificio con los Back Street Boys, una de las bandas más densas del conurbano. Empezó atajando, después pasó a jugar de cinco.
Son muchos los que cuentan que era mejor jugador que Tevez. O en todo lo caso lo peor que se decía era que estaban en el mismo nivel. Jugando era guapo guapo. Trababa, se tiraba al piso y ponía cuando había que poner. Disponía de una técnica que prometía lucirse en el fútbol de elite. En medio de un partido salía de la cancha a tomar un mate o a comer una galletita a la tribuna y volvía a entrar. Cuando festejaba un gol, se escondía detrás de las banderas que suele haber en las canchas. El árbitro debía buscarlo para reanudar el juego. El entrenador le daba indicaciones y él respondía con insultos. Sus compañeros se reían. Los rivales también. Era muy temperamental. Una vez, enojado, pateó la red. Se enganchó y no podía sacar su pierna. El partido se seguía jugando y todos se reían de él, que tardó un rato largo en volver a jugar.
En cancha de once jugó en San Lorenzo y Vélez. Hay dos versiones acerca de su salida de los clubes. La primera es que lo echaron por robarles a sus compañeros. Abría bolsos y se llevaba relojes y billeteras. La segunda es que le acercaba droga al plantel.
–Era bardo de verdad. Robaba grande. Era malo, un morochón, bien fiero, cuenta un vecino
Sin el fútbol, el delito pasó a ser su única actividad. La Bonaerense lo tenía identificado. Estaba acusado de matar a un policía. Cabañas sabía que cuando lo cruzasen iba a ser boleta. Una noche, luego de robar el bingo de Ciudadela, los patrulleros lo persiguieron por el barrio. Llegó al Aguas Argentinas de la calle Besares y se frenó. Ayudó a sus compañeros a saltar las paredes. Quedó solo. Miró a los policías. Se vio sin salida. Se llevó la pistola a la sien y se pegó un tiro. “Siempre decía que antes que la policía mate a un chorro prefería matarse él”, agrega otro vecino.
Hoy el guacho Cabañas es mito. F.A., el grupo de rap del barrio, le escribió una canción: “Cuando un amigo se va”.


ARRIBA, EL TANO FORESTIERE. “Yo era el goleador, yo era el goleador”, repite Eigidio Forestiere alzando un dedo. Es difícil creerle. Hoy al menos no tiene pinta de jugador. Le sobran veinte kilos. Tiene panza de vino. Nota la desconfianza y trae un pilón de revistas Fulbito. All Boys gana siempre y su apellido, subrayado, se lee entre los goleadores.
Eigidio es el que casi le partió el pecho a Tevez de un manzanazo. El técnico invitaba a sus padres al vestuario para que vieran cómo se portaba. Una vez puso un petardo en una botella de vidrio. Explotó y las esquirlas cortaron a un chico de otra categoría.
Trabaja de 7 a 18 horas en la agencia de fletes que puso en Ciudadela, delante de la casa en la que convive con su novia. Siempre fue del rubro. El Tano Forestiere cambió, ayudado por su novia. Lo internaron en un centro de rehabilitación y se escapó saltando desde un balcón a cinco metros del piso.
–Hice cosas que no van con mis pensamientos. Ahora me arrepiento, me moriría debajo de un puente antes que volver a eso, porque nunca lo hice por hambre, –dice.
Hizo la nocturna en tres años y cursó primer año de Arte y Cerámica. Quiere recibirse para ejercer la docencia. Cuando le pregunto por la 84 de All Boys automáticamente responde: “Diversión. Cuando estaba mal jugaba mal, cuando me divertía la rompía, pero hay que jugar para divertirse. Después, cuando empecé a sentir presión, me aburrí y largué”
A Eigidio le gusta hablar de política. En 2005 viajó en tren a Mar del Plata a escuchar el discurso de Hugo Chávez en la Cumbre de los Pueblos. Le indigna la iniciativa reciente de una diputada bonaerense, Cecilia Moreau, para obligar a los boliches a suministrar agua gratis para quienes consuman pastillas de éxtasis. “Se ocupan de los ricos. Esos pibes van a bailar en 4x4, en BMW, y de los que se están muriendo por la pasta base, que son los más débiles, nadie se ocupa.
–¿Cómo sería tu vida si estuvieras en lugar de Carlitos?
–Teniendo el poder que él tiene en los pibes de barrios humildes podría ser más influyente. Él, Maradona, Charly García y toda la gente importante debería hacerlo. La política también es la vida del pueblo, es la vida de los que quieren a Tevez. Se da cuenta de lo que el Gobierno hace en contra del país, de los pobres y se calla la boca. Tal vez no le convenga meterse, pero yo sí lo haría.

EL VERDADERO CARLITOS DE LA UNIDAD 6
Carlos era Carlos Tevez y Carlitos era Carlitos Díaz. Por condiciones futbolísticas, Tevez podría ser Díaz. O viceversa. Es otro pibe que también estaba a la misma altura que el astro. Luego del baby, jugó hasta los 18 años en River.
Hasta que de un día para el otro se cansó de esperar que All Boys le diera el pase y largó el fútbol. Para hablar con él también hay que hacer una llamada de larga distancia. No es a Manchester. Es a la Unidad 6 de Rawson, Chubut. Ahí cumple una condena por robo. Antes del último traslado peregrinó por Devoto y Ezeiza.
Los Díaz son una familia trabajadora de Floresta. Carlitos y sus dos hermanos hicieron el baby en el club. Su hermana hizo patín. “Tranquilamente podría estar en la primera de River o en el exterior. Era volante por la izquierda y en ese puesto, no hay jugadores”, dicen los que lo vieron jugar. A Carlitos le faltan nueve meses para recuperar su libertad. Está en prisión desde hace un año y medio. Recibe la carta que le explica la propuesta para charlar. Responde por teléfono: “Recuerdo ese viaje a Chascomús. Bajamos del micro y Tevez salió corriendo a treparse del travesaño. Se cayó y le quedó la mano enganchada en la red. Terminó en el hospital con diez puntos de sutura. Al otro día jugó vendado; hizo un gol olímpico”.
El verdadero Carlitos está en rehabilitación. Es una lesión dura: su adicción a las drogas. “Hice sufrir mucho a mi familia, ahora valoro mucho lo que hacen por mí, por eso me quiero recuperar bien”, dice, desde la misma cárcel en la que en 1973 asesinaron a 16 presos políticos. La comunicación cierra con otra anécdota, entre risas. “Fuimos con Rulo y Tevez a jugar a Córdoba un campeonato de verano para Villa Real. Perdíamos 1 a 0 en la final. Faltando 5 minutos nos cobran un penal a favor. Pateó Tevez. Lo erró. Siempre lo cargábamos con que nos cagó ese campeonato.”...ROCHO

viernes, 15 de junio de 2012

"La tarde mas triste de la historia del Fútbol"


Como en tantos y tantos lugares del mundo, el fútbol siempre ha sido el deporte más popular en Chile, país que, a tenor de su convulsa historia política en el siglo XX, vio también como el deporte rey se convertía una vez más en herramienta de influencia social y política para ser usada por sus dirigentes. Justo después de un terrible terremoto, Chile organizó su mundial en 1962. Jorge Alessandri Rodríguez aprovechó la ocasión y una excelente hornada de jugadores para tratar de unir con el deporte a un país que vivía un continuo y duro enfrentamiento entre derecha e izquierda.
En aquel Mundial Chile quedó tercera, pero uno de los encuentros más recordados fue la semifinal contra Italia, conocida como “la batalla de Chile”, donde los jugadores de uno y otro equipo repartieron patadas y entradas duras a diestro y siniestro, influenciados por el clima de tensión generado por el gobierno local, que había reaccionado muy duramente ante las críticas exageradas de dos periodistas italianos al estado de pobreza en el que estaba sumido el país sudamericano.
Once años después del Mundial, el golpe de estado de Augusto Pinochet ponía fin al gobierno de Salvador Allende, elegido democráticamente. Los estadios de fútbol se usaron como centros de detención; en el Estadio Nacional, miles de personas fueron recluidas y otras muchas perdieron la vida. El periodista deportivo Vladimiro Mimica estuvo allí retenido y relataba lo que para él suponía una negra ironía: “Donde yo había cosechado mis primeras alegrías en el ámbito profesional estaba también cosechando mi más grande pena de aquel momento”.

Presos en el estadio de Colo-Colo.

Antes de que el Colo Colo también se convirtiera en instrumento de Pinochet a modo que lo era el Real Madrid para Franco, ya el fútbol se convirtió en terreno de enfrentamiento bajo el mandato de Pinochet. Sólo unas semanas después del golpe de estado, Chile debía enfrentarse con la Unión Soviética y vencerla para clasificarse para el Mundial de 1974.
El partido de ida se disputó en Moscú, sólo diez días después del levantamiento. Las noticias que llegaban de Chile, aunque no eran buenas, aún eran confusas, y el partido se desarrolló con una tensa normalidad, acabando el choque con el 0-0 inicial. En Moscú, las autoridades pusieron a algunos jugadores chilenos problemas ante una hipotética falsedad de sus pasaportes, lo que indicaba que la actitud de los soviéticos ya comenzaba a ser hostil hacia la nueva política que se gestaba en Chile.
Para el partido de vuelta que debía disputarse en Santiago el 21 de Noviembre de 1973, ya habían trascendido las noticias de las torturas sistemáticas de militantes socialistas y las tendencias derechistas del general, así como la muerte de Salvador Allende, con el que los dirigentes soviéticos mantenían buenas relaciones. Juruschev Secretario generál del PCUS emitió un comunicado en el que anunciaba que se negaba a que su imagen internacional jugaar en el estadio que había servido de campo de concentración, torturas y ejecuciones, y apelaba a la FIFA para que no permitiera que un estado de tal signo político pudiera organizar partidos.
La FIFA entonces inició la trama surrealista que se preparaba, efectuando una revisión del estadio digna de las mejores obras del teatro del absurdo, con los prisioneros observando la acción desde las ventanas de los subterráneos del estadio, amenazados con ser ejecutados si gritaban para denunciar su situación.
Así, la federación dio luz verde a la celebración del encuentro y la URSS se negó a participar. Entonces se dio uno de los espectáculos más lamentables que se recuerdan en la historia del fútbol, bautizada por la prensa local como “la tarde más triste del fútbol”. Los jugadores de la selección chilena saltaron al campo sin ningún rival enfrente, y marcaron un gol simbólico para celebrar su clasificación para el Mundial, en el cual se mostraron numerosas protestas y manifestaciones en contra del régimen de Pinochet

jueves, 14 de junio de 2012

Suecia "Eurocopa 2012"


Bonita camiseta que diseño Umbro para la selección sueca en esta Eurocopa que se juega en Ucrania.Hasta ahora,han disputado un solo encuentro con esta remera cayendo frente al local por 2 a 1.Es un diseño bastante novedoso para la siempre aburrida casaca sueca.

El crack sueco luciendo el diseño.

miércoles, 13 de junio de 2012

Marcelo Diaz

Diaz tratando de calmar a la inchada rival
Este post puede generar un pokiiito de polemica pero por eso aclaro ke  marcelo diaz capas no es uno de mis pollos osea lo conoci (en su mejor momento) al mismo momento ke lo conocieron ustedes en la copa sudamericana del año pasado, porke ya lo avia visto ase unos años y no era un jugador ke me llamaba la atencion,era un jugador con una buena pegada ke cumplia si no recuerdo mal creo ke jugaba de lateral derecho pero no sobresalia demasiado.El chelo nacio en el año 86 y realiso todas las inferiores en la universidad de chile ,debuto en la primera division del romantico viajero en el año 2005 donde se mantuvo asta el 2010 y con la llegada de gerardo pelusso dejo de ser tenido en cuenta y se fue a prestamo a la serena, a fin del año mundialista parecia ke iva a ser jugador de huachipato pero jorge sampaoli flamante entrenador de la U dijo ke lo keria asike volvio al cuadro azul,duarante los primeros seis meses fue suplente de guillermo marino pero para el torneo clausura se gano la titularidad y ay empesaria la levantada del care' pato, lograria el bicampeonato chileno y la copa sudamericana teniendo grandisimas actuaciones y siendo una de las maximas figuras ,Tamvien en 2011 debutaria en la seleccion de chile.En este 2012 se encuentra con la U en semifinales del campeonato chileno donde jugaran con colo colo y semis de la copa libertadores ke se van a enfrentar con el gigante boca (asta aca llegaron).Se dice ke ya esta todo arreglado para ke vaya al basel de suiza (para mi esta para un poco mas).Marcelo diaz es un jugador con una gran pegada y un gran panorama del juego (lo llaman el xavi de sudamerica) y no es uno de esos jugadores ke descubri yo (?) pero ke merecia un lugar en este sitio...ROCHO

lunes, 11 de junio de 2012

"Messi es un perro" Hernan Casciari




Escribí esto hace dos o tres meses. Pero bien podía haberlo escrito el sábado a la noche, después del cuatro a tres contra Brasil. Esta reflexión apareció en las páginas 128 y 129 de la revista Orsai número seis y, desde que se publicó, me moría de ganas de ponerla en el blog, de contrabando. Solamente esperaba el momento oportuno para que cada palabra tuviera, otra vez, el apoyo de lo inmediato. Y hoy es buen momento. Me reafirmo, entonces, en la teoría del hombre perro.

El texto empezaba así:

La respuesta rápida es por mi hija, por mi esposa, porque tengo una familia catalana. Pero si me preguntan en serio por qué sigo acá, en Barcelona, en estas épocas horribles y aburridas, es porque estoy a cuarenta minutos en tren del mejor fútbol de la historia.
Quiero decir: si mi esposa y mi hija decidieran irse a vivir a Argentina ahora mismo, yo me divorciaría y me quedaría acá por lo menos hasta la final de la Champions. Y es que nunca se vio algo parecido adentro de una cancha de fútbol, en ninguna época, y es muy posible que no ocurra más.
Es verdad, estoy escribiendo en caliente. Redacto esto la misma semana en que Messi hizo tres para Argentina, cinco para el Barça en Champions y dos para el Barça en Liga. Diez goles en tres partidos de tres competiciones diferentes.
La prensa catalana no habla de otra cosa. Durante un rato, la crisis económica no es el tema de inicio en los noticieros. Internet explota. Y en medio de todo esto a mí me acaba de pasar por la cabeza una teoría extraña, muy difícil de explicar. Justamente por eso intentaré escribirla, a ver si termino de darle vuelo.
Todo empezó esta mañana: estoy mirando sin parar goles de Messi en Youtube, lo hago con culpa porque estoy en mitad del cierre de la revista número seis. No debería estar haciendo esto.
De casualidad hago clic en una compilación de fragmentos que no había visto antes. Pienso que es un video más de miles, pero enseguida veo que no. No son goles de Messi, ni sus mejores jugadas, ni sus asistencias. Es un compilado extraño: el video muestra cientos de imágenes —de dos a tres segundos cada una— en las que Messi recibe faltas muy fuertes y no se cae.
No se tira ni se queja. No busca con astucia el tiro libre directo ni el penal. En cada fotograma, él sigue con los ojos en la pelota mientras encuentra equilibrio. Hace esfuerzos inhumanos para que aquello que le hicieron no sea falta, ni sea tampoco amarilla para el defensor contrario.
Son muchísimos pedacitos de patadas feroces, de obstrucciones, de pisotones y trampas, de zancadillas y agarrones traicioneros; nunca las había visto a todas juntas. Él va con la pelota y recibe un guadañazo en la tibia, pero sigue. Le pegan en los talones: trastabilla y sigue. Lo agarran de la camiseta: se revuelve, zafa, y sigue.
Me quedé, de repente, atónito, porque algo me resultaba familiar en esas imágenes. Puse cada fragmento en cámara lenta y entendí que los ojos de Messi están siempre concentrados en la pelota, pero no en el fútbol ni en el contexto.
El fútbol actual tiene una reglamentación muy clara por la que, muchas veces, caer al suelo es asegurar un penal, o conseguir que se amoneste al zaguero contrario es propicio para futuros contragolpes. En estos fragmentos, Messi parece no entender nada sobre el fútbol ni sobre la oportunidad.
Se lo ve como en trance, hipnotizado; solamente desea la pelota dentro del arco contrario, no le importa el deporte ni el resultado ni la legislación. Hay que mirarle bien los ojos para comprender esto: los pone estrábicos, como si le costara leer un subtítulo; enfoca el balón y no lo pierde de vista ni aunque lo apuñalen.

¿Dónde había visto yo esa mirada antes? ¿En quién? Me resultaba conocido ese gesto de introspección desmedida. Dejé el video en pausa. Hice zoom en sus ojos. Y entonces lo recordé: eran los ojos de Totín cuando perdía la razón por la esponja.

Yo tenía un perro en la infancia que se llamaba Totín. Nada lo conmovía. No era un perro inteligente. Entraban ladrones y él los miraba llevarse el televisor. Sonaba el timbre y no parecía oírlo. Yo vomitaba y él no venía a lamer.
Sin embargo, cuando alguien (mi madre, mi hermana, yo mismo) agarraba una esponja —una determinada esponja amarilla de lavar los platos— Totín enloquecía. Quería esa esponja más que nada en el mundo, moría por llevarse ese rectángulo amarillo a la cucha. Yo se la mostraba en mi mano derecha y él la enfocaba. Yo la movía de un lado a otro y él nunca dejaba de mirarla. No podía dejar de mirarla.
No importaba a qué velocidad moviera yo la esponja: el cogote de Totín se trasladaba idéntico por el aire. Sus ojos se volvían japoneses, atentos, intelectuales. Como los ojos de Messi, que dejan de ser los de un preadolescente atolondrado y, por una fracción de segundo, se convierten en la mirada escrutadora de Sherlock Holmes.
Descubrí esta tarde, mirando ese video, que Messi es un perro. O un hombre perro. Esa es mi teoría, lamento que hayan llegado hasta acá con mejores expectativas. Messi es el primer perro que juega al fútbol.
Tiene mucho sentido que no comprenda las reglas. Los perros no fingen zancadillas cuando ven venir un Citroën, no se quejan con el árbitro cuando se les escapa un gato por la medianera, no buscan que le saquen doble amarilla al sodero. En los inicios del fútbol los humanos también eran así. Iban detrás de la pelota y nada más: no existían las tarjetas de colores, ni la posición adelantada, ni la suspensión después de cinco amarillas, ni los goles de visitante valían doble. Antes se jugaba como juegan Messi y Totín. Después el fútbol se volvió muy raro.
Ahora mismo, en este tiempo, a todo el mundo parece interesarle más la burocracia del deporte, sus leyes. Después de un partido importante, se habla una semana entera de legislación.
¿Se hizo amonestar Juan exprofeso para saltarse el siguiente partido y jugar el clásico? ¿Fingió realmente Pedro la falta dentro del área? ¿Dejarán jugar a Pancho acogiéndose a la cláusula 208 que indica que Ernesto está jugando el Sub-17? ¿El técnico local mandó a regar demasiado el césped para que los visitantes patinen y se rompan el cráneo? ¿Desaparecieron los recogepelotas cuando el partido se puso dos a uno, y volvieron a aparecer cuando se puso dos a dos? ¿Apelará el club la doble amarilla de Paco en el Tribunal Deportivo?
¿Descontó correctamente el árbitro los minutos que perdió Ricardo por protestar la sanción que recibió Ignacio a causa de la pérdida de tiempo de Luis al hacer el lateral?
No señor. Los perros no escuchan la radio, no leen la prensa deportiva, no entienden si un partido es amistoso e intrascendente o una final de copa. Los perros quieren llevarse siempre la esponja a la cucha, aunque estén muertos de sueño o los estén matando las garrapatas.
Messi es un perro. Bate records de otras épocas porque solo hasta los años cincuenta jugaron al fútbol los hombres perro. Después la FIFA nos invitó a todos a hablar de leyes y de artículos, y nos olvidamos que lo importante era la esponja.
Y entonces un día aparece un chico enfermo. Como en su día un mono enfermo se mantuvo erguido y empezó la historia del hombre. Esta vez ha sido un chico rosarino con capacidades diferentes. Inhabilitado para decir dos frases seguidas, visiblemente antisocial, incapaz de casi todo lo relacionado con la picaresca humana. Pero con un talento asombroso para mantener en su poder algo redondo e inflado y llevarlo hasta un tejido de red al final de una llanura verde.
Si lo dejaran, no haría otra cosa. Llevar esa esfera blanca a los tres palos todo el tiempo, como Sísifo. Una y otra vez. Guardiola dijo, después de los cinco goles en un solo partido:

—El día que él quiera hará seis.

No fue un elogio, fue la expresión objetiva del síntoma. Lionel Messi es un enfermo. Es una enfermedad rara que me emociona, porque yo amaba a Totín y ahora él es el último hombre perro. Y es por constatar en detalle esa enfermedad, por verla evolucionar cada sábado, que sigo en Barcelona aunque prefiera vivir en otra parte.
Cada vez que subo las escaleras internas del Camp Nou y de pronto veo el fulgor del pasto iluminado, en ese momento que siempre nos recuerda a la infancia, digo lo mismo para mis adentros: hay que tener mucha suerte, Jorge, para que te guste mucho un deporte y te toque ser contemporáneo de su mejor versión, y, trascartón, que la cancha te quede tan cerca.
Disfruto esta doble fortuna. La atesoro, tengo nostalgia del presente cada vez que juega Messi. Soy hincha fanático de este lugar en el mundo y de este tiempo histórico. Porque, me parece a mí, en el Juicio Final estaremos todos los humanos que han sido y seremos, y se formará un corro para hablar de fútbol, y uno dirá: yo estudié en Amsterdam en el 73, otro dirá: yo era arquitecto en São Paulo en el 62, y otro: yo ya era adolescente en Nápoles en el 87, y mi padre dirá: yo viajé a Montevideo en el 67, y uno más atrás: yo escuché el silencio del Maracaná en el 50.
Todos contarán sus batallas con orgullo hasta altas horas. Y cuando ya no quede nadie por hablar, me pondré de pie y diré despacio: yo vivía en Barcelona en los tiempos del hombre perro. Y no volará una mosca. Se hará silencio. Todos los demás bajarán la cabeza. Y aparecerá Dios, vestido de Juicio Final, y señalándome dirá: tú, el gordito, estás salvado. Todos los demás, a las duchas.

sábado, 9 de junio de 2012

"Mala racha" Eduardo Sacheri


A todos los futboleros nos ha pasado alguna vez. Es verdad que a algunos les toca con más frecuencia que a otros, pero todos hemos padecido alguna vez una “racha”. Hablo de las malas, claro. Porque las buenas rachas, el futbolero casi ni las registra mientras se producen. Se limita a ser feliz, a pensar que el universo marcha como debe, a suponer que el futuro es dulce y a felicitarse por haber elegido el cuadro que eligió.
Cuando hablo de rachas hablo de las otras. Esas que los estadísticos llenan de números. Siete partidos perdidos al hilo, nueve encuentros sin ganar, setecientos minutos sin meter un gol… Esas rachas. Y la sensación de que el mundo está por derrumbarse. Sabemos que no es cierto. Y que hay un montón de cosas en el mundo que siguen adelante. Pero no nos importa.
Nos pasamos la noche en blanco, con los ojos fijos en el cielorraso, calculando cuántos puntos necesitamos para evitar la promoción o el descenso, cuántos millones requerimos para evitar la quiebra, cuántos refuerzos nos hacen falta para convertir a esa manga de matungos en un equipo como Dios manda.
Nos cambia el gesto, se nos avinagra el carácter, se nos agota rápido la paciencia. Y si alguien nos pregunta qué nos pasa, preferimos aducir que nos preocupa la paz mundial o el agujero de ozono. Porque si decimos la verdad, corremos el riesgo de que nos digan “Ah, era eso… pensé que era algo importante”. Y tenemos que borrar a esa persona de nuestra nómina de gente querida.
Aunque parezca mentira, en medio de esas rachas, los hinchas seguimos yendo a la cancha. Puede ser que ralee un poco el número, a causa de esos oportunistas del éxito que nunca faltan. Pero la mayoría sigue yendo.
Ojo que, antes del comienzo del partido, si uno escruta las caras de los hinchas, sus conversaciones, es muy difícil adivinar que el equipo viene en picada rumbo al desastre. El hincha, contra todo indicio razonable, llega a la cancha cargado de energía. Luce un inusitado optimismo, como si las derrotas sucesivas que arrastra el equipo fueran únicamente esas pesadillas que nos dejan un mal sabor a la mañana, pero que se disipan con la luz del sol. Para colmo, al llegar a la tribuna se encuentra con otro montón de hinchas que van con el mismo talante, y se confirma en la noción de que sí, de que esta vez la cosa camina.
Los cantitos previos a la aparición de los jugadores se adaptan al momento de crisis. A nadie se le ocurre cantar “Esta campaña volveremo’ a estar contigo”. Eso se reserva para las primeras fechas, cuando uno abriga la fantasía de que puede pelear el campeonato. Después de cierto tiempo, después de la severa acumulación de las derrotas, ni al más ingenuo de los ingenuos se le da por entonar ese cantito. Es lícito cambiar la letra hacia frases como “pase lo que pase”, o “en las buenas y en las malas”. Cuando los futbolistas saltan al campo de juego, el hincha atraviesa el punto máximo de optimismo. Así vestidos, con la camiseta que uno ama, refulgentes bajo el sol o brillantes en la noche, esos muchachos tienen pinta de que nada puede derrotarlos.
Como confirmando esa impresión, encima, durante los primeros tres, cuatro minutos, el equipo –pongamos que juega de local- sale a comerse crudos a los rivales. El conjunto presiona, los delanteros la piden, los mediocampistas meten, los defensores ordenan. Hasta puede ocurrir que en el minutos dos, o en el tres, haya un chumbazo al arco, una volada del arquero de ellos, un corner. La gente acompaña, por supuesto. Crecen los gritos. La popular salta –como siempre-, la platea salta –como casi nunca-. La gente mira el partido de pie, chifla al árbitro, insulta con buena memoria a algún rival con el que tiene cuentas pendientes de anteriores enfrentamientos.
El problema es después. El minuto cinco, siete, nueve a lo sumo. A esa altura, los visitantes se han acomodado. El arquero de ellos se ha tomado su tiempo para sacar alto, indiferente a los chiflidos. Le pega un terrible puntapié, la pelota cae, dividida, en tres cuartos de cancha… y ahí empiezan los problemas para nuestro equipo. Porque los rivales están asentados, porque ajustaron las marcas sobre los únicos dos o tres tipos capaces de devolver una pelota redonda a sus compañeros, porque los nuestros se sofocaron a puro nerviosismo y no consiguen retomar el aliento. Y sobre todo, porque tus jugadores no tienen ni idea de cómo llegar al arco contrario. Por algo estamos como estamos, en una seguidilla funesta de derrotas.
En la tribuna empiezan los murmullos. Y poco a poco, cada uno de tus jugadores va tomando su lugar en la obra maestra del terror. Los buenos jugadores juegan mal. Los jugadores pasables juegan horrible. Y los que de por sí son malos, los que tienen tendencia a ser poco más que perros (con el mayor de los respetos por el noble animal), en el contexto de la crisis cometen chambonadas inenarrables, estupideces inverosímiles que ni siquiera hemos debido tolerar en un solteros contra casados.


A partir de acá la hinchada deja de comportarse como un bloque monolítico, y cada cual reacciona según su talante. Está el que adopta una actitud de resistencia optimista: aunque sus jugadores no encuentren la pelota los aplaude, y aunque no tengan ni noción de cómo jugar al fútbol los alienta. Es ese tipo de espectador que aplaude un lateral a favor, que aprueba un pase desde el mediocampo al arquero, que alza los brazos alborozado si su equipo consigue un corner.
Otro adopta una postura de resignación nihilista. Se deja caer en el escalón o la butaca, indiferente a si los demás le tapan o no la visual. Se sostiene la cabeza con las manos y espía de tanto en tanto para comprobar que sí, que efectivamente el equipo es una banda miserable, un rejunte de mugrosos.
Otro, en cambio, se yergue en puntas de pie y, como si los jugadores lo escuchasen, empieza a darles precisas directivas sobre lo que tienen que hacer con cada pelota de que disponen. Se enoja cada vez que lo desobedecen pero continúa impertérrito, obsesivo, con sus indicaciones.
Otro, por qué no, se siente a gusto en una actitud de crítica certera. Deja al margen a uno o dos elegidos, a los que considera intocables, y al resto del equipo comienza a insultarlo lenta, concienzuda, pormenorizadamente.
Cuando termina cero a cero el primer tiempo, todos los hinchas enfrentan un enorme dilema. ¿Qué hacer? ¿Insultarlos como se merecen? Mejor no: eso puede bajonearlos más todavía. ¿Aplaudirlos tibiamente? Puede ser: aunque eso puede convencer a los jugadores de que ese empate miserable que están obteniendo vale la pena, es todo un premio, vamos todavía.
En ese mar de dudas, los jugadores habrán de retirarse entre algunos silbidos aislados, algunos aplausos náufragos, unos cuantos gritos de aliento y otros de reclamo.
Pero nada de relajarse, claro. Que todavía falta lo peor. El segundo tiempo, probablemente, ni siquiera nos regale esa andanada inicial de buenas intenciones. Y eso sí, tarde o temprano, a los diez o a los treinta, los visitantes van a embocarnos. Y qué fea sensación es esa de escuchar el grito de gol ajeno. Proferido desde allá lejos, nos entra por los oídos pero también por la garganta. Nos baja hasta el estómago mientras cerramos los ojos o nos tiramos del cabello o escupimos al suelo o negamos incrédulos. Ver el festejo de los rivales es atroz. Pero ver las caras, los gestos de tus jugadores, es peor todavía. Porque ni ganas de sacar del medio, tienen. Si les dieran a elegir, se irían al vestuario con tal de no pasar vergüenza.
Y todo vuelve a empezar, pero peor. Porque los palurdos estos, si antes no tenían ni noción de cómo llegar al arco contrario, ahora no tienen idea de hacia dónde queda el mundo. Y las urgencias de la hinchada bajan de repente como una tormenta postergada. Ahí sí, todos, encabezados por el crítico insultador, pero rápidamente secundado por el optimista (convertido en “no puedo haber sido tan ingenuo”), acompañados por el instructor obsesivo (que ahora les aconseja no tanto sobre a quién entregar la pelota sino sobre lugares adonde se pueden ir para quedarse), y seguidos de mala gana por el filósofo contemplativo (que se pone de pie porque, ya que estamos, nos sacamos el entumecimiento de tanta quietud), se dedican a insultar a los jugadores, sus madres y su posteridad.
Este ataque furibundo acepta algunas variantes: puede ser que la hinchada se la agarre con el director técnico o con los dirigentes. En el primer caso, el entrenador tiene la opción de quedarse bien guardado en el banco de suplentes (y entonces los hinchas lo tildarán de cobarde) o de mantenerse de pie, erguido, cerca del lateral y a la vista de todos (y entonces los hinchas lo acusarán de provocador y prepotente). Si la bronca va hacia los dirigentes, puede ocurrir que se produzca algún tumulto en la zona del palco oficial (aunque si son varias las derrotas consecutivas, es más que probable que los dirigentes prefieran, en lugar de presentarse en el estadio, seguir las alternativas del partido por televisión, por radio, por telex o mediante palomas mensajeras).
Los insultos y los cantitos agresivos sólo se suspenderán, por un momento, si el equipo tiene una situación de riesgo a favor. Pero si precisamente se nos está quemando el rancho es porque la última situación de riesgo la tuvimos en la época del Virrey Sobremonte, de manera que la retahíla de insultos y cantitos será casi ininterrumpida hasta el final.
Durante los últimos minutos, mientras tus jugadores lateralizan la pelota a la altura del mediocampo (pero no para hacer tiempo, sino porque no tienen ni noción de cómo acercarse al arco contrario), atronará el “hit” de los últimos años. Ese cantito que tiene la particular ventaja de permitirle a la hinchada local insultar a sus futbolistas y al equipo contrario al mismo tiempo. ¿Será por esa economía de recursos que se ha popularizado tanto? El lector sabrá dispensarme, por motivos de elegancia, de copiarlo textual, pero me refiero a ese que empieza con “Jugadores”, sigue aludiendo a la anatomía de sus progenitoras, continúa recomendando una actitud viril de la que al parecer el plantel carece, y termina con un “que no juegan con nadie”, para dar a entender que esos rivales que están a punto de derrotarlos son, redondamente, una manga de muertos de frío.
Poesías aparte, el silbatazo del árbitro al final apenas se escucha, porque la rechifla que baja de las tribunas es tan arrolladora que tapa todo. O casi todo, porque los visitantes tendrán la precaución de esperar a que se nos acabe el aire para, entonces, sí, burlarse de nosotros y de nuestra suerte maldita. Y si lo narrado hasta aquí es una verdadera pesadilla, vale preguntarse: ¿Podría ser peor? Sí. Siempre puede ser peor. Y ver jugar a nuestro equipo nos muestra que sí, que siempre se puede estar peor. Basta con esperar a la semana que viene.
Alguna vez, eso sí, las cosas cambian. Y eso es lo que no entienden los que no son hinchas de fútbol, o los oportunistas que se creen que el fútbol es un lecho de rosas. Ellos volverían a la cancha después del final de la mala racha. Después de un par de victorias, como mínimo.
Pero los futboleros, no. Los futboleros necesitamos estar ahí cuando todo anda mal, para asegurarnos de estar ahí cuando cambie. Y no importa si antes del cambio nos falta comernos otras seis derrotas, agregar doce partidos sin ganar, o catorce horas sin meterle un gol a nadie. Ahí estaremos.

Y cuando la racha termine… Santo Dios. Habremos nacido de nuevo.

viernes, 8 de junio de 2012

Ali Dia: el peor futbolista de la historia

El 23 de noviembre de 1996 se produjo uno de los episodios más bochornosos del Southampton, y de la Premier League en general, cuando debutó el que ha sido llamado por méritos propios "el peor futbolista de la historia".

TOLO LEAL
Con frecuencia, cuando un jugador comete un fallo, marra una clara ocasión o hace una pifia, solemos soltar improperios del tipo "vaya tío más malo" o "vaya paquete de jugador". Incluso, en algunas ocasiones, llegamos a la frase sentenciadora "es el jugador más malo que he visto en mi vida" o "es el peor futbolista del mundo".
Sin embargo, hay un caso, un futbolista, en el que esa sentencia pasa de ser una exageración a una realidad; nadie duda de que ha sido el peor jugador de fútbol, si es que se le puede llamar así, de la historia. Su nombre es Ali Dia y su leyenda, cuanto menos, curiosa.
La llamada de George Weah
Todo se remonta a la temporada 1996-1997 de la Premier League. El Southampton, en ese momento dirigido por Graeme Souness, pasaba por un mal momento, pues a su complicada posición liguera se unía una interminable lista de lesionados para los próximos encuentros. Entonces, el entrenador escocés recibió una llamada de George Weah en la que éste le aseguró que debía dar una oportunidad a Ali Dia, un primo suyo que por entonces se encontraba sin equipo y que, supuestamente, había jugado en el Paris Saint Germain y había sido internacional con Senegal. Se trataba de "un excelente delantero" aunque contaba con 30 años.
Souness, ante la rotundidad del liberiano y, sobre todo, la necesidad imperiosa de ampliar la plantilla, decidió hacerle caso y le ofreció a Dia un contrato por un mes, algo habitual en Inglaterra. La prueba para su fichaje nunca llegó a producirse, puesto que cuando iba a disputarse el encuentro entre los reservas del Southampton y del Arsenal, una imponente lluvia hizo que se cancelara. Aun así, el futbolista fue convocado para el partido de la Premier debido a la falta de efectivos.
El encuentro se disputó el 23 de noviembre de 1996, en casa, frente al Leeds United. En el minuto 34, el genial Matthew Le Tissier, la gran estrella del equipo para más inri, se lesionó y tuvo que ser sustituido. Souness, desesperado, no tuvo más remedio que introducir en el campo a Ali Dia. Y comenzó el bochorno.
Cuarenta y tres largos minutos duró el senegalés en el terreno de juego. No dio ni una a derechas, la gente aguardaba incrédula cómo podía haber alguien tan malo. Ni un control, ni un pase, carreras sin ningún sentido... El entrenador tuvo que volver a sustituirlo antes de finalizar el encuentro, pero el ridículo ya estaba hecho.


Nada más terminar Souness telefoneó a Weah para pedirle explicaciones, a lo que el africano, incrédulo, aseguró que él nunca le había llamado, que no sabía nada de lo que le estaba hablando. Evidentemente, todo había sido un timo. Más tarde se descubrió que la llamada la había realizado un amigo de Dia.
Obviamente, del supuesto futbolista nada se volvió a saber, amén de que se licenció en la Northumbria University de Newcastle. Según cuenta el propio Le Tissier, al día siguiente le apartaron para el tratamiento de una lesión y "nunca nadie volvió a verlo". El delantero, en un tono entre burlesco y humillado, asegura que "su actuación fue increíble; corría por el césped como si fuera Bambi sobre el hielo, era muy muy vergonzoso verlo ahí". Los aficionados, por su parte, aseguran que no es que fuera la primera vez que jugaba al fútbol, sino que en su vida había visto un balón.
Pero Ali Dia había conseguido su objetivo, y el sueño de tantos y tantos jóvenes. Un don nadie, un chico de la calle, había llegado a disputar unos minutos en la Premier League, como si cualquiera pudiera hacerlo.
Aún hoy se le recuerda, aunque sea con dudoso honor, al elaborarse las típicas listas de los peores futbolistas, o con la expresión, al referirse a un nuevo pufo, "eres peor que Ali Dia". Sí, sí, pero él ha jugado en la Premier.

miércoles, 6 de junio de 2012

Marsella 2011-2012 (Alternativa)

Particularmente las camisetas del Olympique de marsella siempre me an gustado y esta es una de las mejores ke eh visto.Esta mui piola el combinado de el azul con dorado (incluso el patrocinio se adapto a los colores) y lo ke la ase espectacular es las imagenes historicas del club ke tiene de fondo...ROCHO

sábado, 2 de junio de 2012

"El pichon de Cristo" Roberto Fontanarrosa



Te cuento, Macho, que la cargada la hicimos nosotros. Nos largamos a hablar, ¿viste? a farolear. Nos agrandamos, ¿viste? Y... ¿querés que te diga?, al pedo, al reverendo pedo. Porque, después de todo, nosotros no le habíamos ganado nunca, empatamos los dos partidos y fueron partidos parejos, ¿viste? que estaban para cualquiera. Pero, yo no sé, hubo gente que empezó a decir que nosotros la hacíamos de trapo. Y nosotros nos entusiasmamos, agarramos el bochín y, ¿sabés que? el agrande, viejo, el agrande. Entonces ellos se engranaron e hicieron la justa, porque la verdad que estuvieron bien, un día llaman por teléfono al club, hablan con el Tordo y le dicen que querían jugar con nosotros, ya que fuera del campeonato, que querían jugar con nosotros. Que al domingo siguiente que terminara el campeonato hiciéramos un partido en cancha de ellos, en cancha neutral, donde se nos cantaran las pelotas, mirá vos, nos relajaron.
Me acuerdo que el Tordo vino todo cagado adonde estábamos entrenando, a decirnos.
Y... ¿qué íbamos a hacer? Teníamos que agarrar viaje, no nos íbamos a ir al mazo después de todo el quilombo que habíamos armado, te imaginás. Pero la verdad que nos pegamos un sorete bárbaro, porque decíamos: “Estos, ¿sabés qué? nos deben querer pasar por arriba”. ¿Sabés el hambre con que nos debían estar esperando? Además, ellos estaban agrandados porque salían campeones, la gente los seguía por todos lados, nos querían romper bien roto el orto.
Así que te imaginás cuando viene Lopecito, el preparador físico a decirnos que el Pacú se había lesionado, nos queríamos morir. El Pacú será medio loco pero es un arquerazo, es el mejor arquero de la liga, de eso no te quepa ninguna duda, y se nos viene a lesionar un día antes del partido con estos hijos de puta. Porque cuando nos avisaron lo del Pacú ya habíamos aceptado el desafío, porque eso ya era un desafío, ¿viste? un desafío de esos de los pibes y al día siguiente teníamos que viajar a Bombal porque, de última, se había decidido hacer el partido en cancha neutral. ¡Qué lo parió! Te imaginás el quilombo. A un día del partido y sin arquero. Porque el boludón de Medina no lo contábamos; primero, que es un bagre de no creer; después, que ni siquiera había ido a entrenar las últimas semanas y además no sé quién lo había visto con un pedo tísico, por ahí, por Chovet, de pura joda. No le íbamos a ir a hablar del partido porque no nos iba a entender el desgraciado.
¡La mierda! Bueno... ¿qué hacemos? Incluso pensamos en llamar a estos tipos y decirles que postergáramos el partido, que esperáramos hasta que el Pacú se mejorase la gamba, se había jodido la gamba, un tirón. Pero... ¿sabés qué?, lo primero que iban a pensar era que nos habíamos recagado en las patas. Que arrugábamos. Que eran todos versos para ni jugar. En eso cae Manolito, cuando estábamos discutiendo el fato y dice que por qué no lo llevábamos al “Pichón de Cristo”. El “Pichón de Cristo” es un flaco que había jugado una vez en contra nuestro un amistoso, creo que en Máximo Paz. Un flaco, viste, esquelético, las piernitas, mirá, como las patas de esta mesa, te parecía mentira que pudiera atajar.
Yo, personalmente, ni me acordaba cómo atajaba. Me acordaba de la pinta porque, la verdad, era un pichón de Cristo, no le decían al pedo así. Mirá, sería más o menos como el Luis, ¿viste? no sé si no era más flaco. Pero más alto, y más ancho de arriba, bien de arriba, para colmo con el pelo largón y barbita, cagate de risa, el “Pichón de Cristo”.
Te digo que, cuando el Manolito vino con ésa, la mayoría de los muchachos estaba tan en bola como yo uno dijo que ese día había atajado un vagón, pero me perece que lo dijo por decir, pero lo cierto era que la gente de los otros pueblos, decían que el flaco se pasaba. Y eso que ni siquiera había firmado para “San Martín” de Chovet. Sabíamos que estaba ahí, pero no sabíamos si había firmado o no.


Como ya era el día del partido y veíamos que se nos hacía la noche, el pato y el hijo del Pato cazaron la picá y se mandaron para Chovet a traerlo al ñato. Medio que había ¿cómo decirte? un acuerdo con los de “Independiente” de Bigand, de presentar los mismos equipos que habían estado jugando al campeontao. Digamos, no se había hablado de eso pero se daba por sentado que vos no ibas a caerte a jugar ese partido con cuatro o cinco monos de primera, ¿viste?, cuando los muchachos cazan las licencias del verano y se van al campo a hacer algo de mosca. Vos sabés que lo llamo al “Sopita” Martínez, le digo de ir a jugar y el “Sopita” viene como por un tubo. O el “Conejo”. Pero... pero... la joda era jugar con los mismos equipos que se había jugado en la liga. Ahora, en el caso del “Pichón de Cristo”, qué sé yo, podíamos decirles que lo teníamos a prueba para el próximo año, que ya había firmado, no sé. Además, ellos, con tal de no verlo al Pacú atajando para nosotros, cualquier cosa, mirá, que lo lleváramos a Fillol, a cualquiera, iban a aceptar cualquier cosa.
Mirá, no te la voy a hacer muy larga. Fuimos a jugar y era un quilombo de gente. Mirabas detrás del alambrado y te daba miedo. Y ellos estaban con todo, ¿eh? Se habían aguantado una semana sin chupar, entrenando como siempre, sin salir de joda después de haber ganado el campeonato para agarrarnos a nosotros y rompernos el culo.
Y bueno, te la hago corta. ¿Sabés quién nos salvó de que nos cagaran, pero que nos cagaran a goles? El “Pichón de Cristo”. ¡Dios mío lo que sacó ese animal! ¡Hijo de puta! Ellos no lo podían creer y, nosotros, ¿sabés qué? menos. Si vos le veías la pinta al flaco en el arco y pensabas: “acá le pegan un pelotazo en el pecho y lo destrozan al flaco”.
Mirá, le sacó al “Tachuela” un cabezazo de pique al suelo que todavía no lo puedo creer. Un balazo, ¿eh? En un corner apareció el “Tachuela”, ¡qué bien cabecea ese hijo de puta!, entre mil, entre mil que habían saltado y se la pone de pique, abajo. Este se tira y la saca. Dos mano a mano con el wing, el negrito, ese que le dicen “Pacha”. Un voleo... ¡Uy Dios lo que fue ese voleo, me había olvidado! Un voleo que agarró el “Gallego” en el punto del penal, seco, abajo, que éste yo no sé cómo hizo, se tiró y la rechazó con esto, con el antebrazo, yo no sé cómo no se lo quebró, y rebotó como hasta media cancha. Y después, qué se yo, mil, mil porque nosotros no parábamos ni el colectivo, nos pasaban por el lado, nos pegaron un zaino que ni te cuento. Y no fue un ratito.
¿Viste que hay partidos en que por ahí te agarran mal parado y los primeros diez, quince minutos, te cagan a pelotazos?... Acá no. No. Fue así todo el partido, querido, nos dieron un zaino que no te lo quieras creer. Y nada de toquecito o de ole. No. ¿Qué toquecito? Los negros se venían a sacamos los ojos, metían centros y entraban quince, qué sé yo, mil. Los hijos de puta la tenían adentro y nos querían basurear, nos querían pasar por arriba. Decí que estaba el flaco. Increíble. En el último minuto le tapó un bombazo al cinco que yo me di vuelta para no mirar porque dije: “Aquí lo mata”. Y en tiempo de descuento, otra, esa fue la máxima! Ya el área nuestra era un quilombo, estábamos todos ahí adentro. Se arma una de rebotes después de un comer y el ocho de ellos, el “Pantufla”, desde el borde del área, le da fuerte al palo derecho del “Pichón de Cristo”. El flaco se tira... ¡y no va Huguito y se la toca en el aire! Le pega ¿viste? le pega la cadera al Huguito que haba cerrado y le cambia el palo al “Pichón”. Yo la vi adentro, ¿viste? La vi adentro. Porque el flaco ya se había tirado, estaba en el aire cuando Hugo le cambia el palo. Yo no sé, no sé cómo hizo. Giró en el aire... ¿viste como los nadadores cuando llegan al final de la pileta y giran para volver para el otro lado? Este hizo algo así, en el aire, le pegó un manotazo apenitas con la punta de los dedos y la dejó ahí, picando a diez centímetros de la línea. Llegué yo y, ¿sabés qué? le puse tamaña quema que creo que la perdí. La saqué del pueblo. No la quería ver más a esa hija de puta. Y terminó el partido. Los de “Independiente” no lo podían creer. No lo podían creer. Se agarraban el bocho. Se la comieron doblada los hijos de puta, con un nudo en la tapún.
Y bueno, te cuento. En el vestuario, te imaginás, los abrazos con el flaco, con el arquero. Una barbaridad, una barbaridad. Y el flaco, calladito, ¿viste? no decía nada, o se sonreía, tenía tierra hasta en el ojete pobre flaco, si se la había pasado revolcándose. Los muchachos se bañaron y yo me retrasé un poco. Medio porque antes de bañarme estuve como media hora tirado arriba de un banco de la palmera que tenía. Además, me habían pegado un puntín acá, detrás del muslo, que cuando se me enfrió el músculo me dolía como la puta madre.
Después me bañé y me empecé a cambiar. Fue en eso que lo veo al flaco que salía de la ducha. Y fue raro... porque venía con la toalla atada a la cintura, en ojotas, y en eso pasó por debajo de una ventanita donde entraba sol y el sol le dio en la cabeza, ¿viste? y se le formó como una aureola, sabés de qué?, pienso... de ese vapor que te sale del cuerpo cuando terminas de bañarte. Lo estaba mirando cuando veo que tenía las palmas de las manos lastimadas, las dos. “¿Qué te pasa?” le pregunto. “¿Dónde?” me dice. “En las manos”. “Ah, me pisó el nueve”, me dice. Me pareció raro, ¿viste? porque me acordaba que el flaco había atajado con guantes. Después también le viché un raspón bastante fulero por acá, en las costillas. Pero parecía un raspón viejo, de algún otro partido. Después el flaco se cambió rápido, como si estuviese apurado, pero me dio la impresión de que no quería que yo le hiciera más preguntas. Y... ¿sabés lo que se me ocurrió pensar? Eso les lo que te quería contar. Sabés lo que se me ocurrió pensar? Mirá que uno a veces es boludo, porque por ahí el tipo es un tipo tímido y nada más. Pero pensé... “¿Este flaco no andará en alguna fulería, en algo fulero, y no quiere parlarla demasiado?”. Boludeces que a uno se le ocurren. Mirá cómo es uno de jodido, después de todo. Después el flaco se fue y no lo vi más. Lo buscamos, me acuerdo, durante toda la semana, para ver si no quería firmar para nosotros. Y no lo encontramos. Después volvió el Pacú y ya nos olvidamos del asunto